Hace años perdí el sentido del olfato.
Decirlo así no sería lo más preciso, pero es la única manera de hacerlo. Sigo oliendo las cosas, los olores fuertes, ya sean de algún perfume aplicado en exceso o de basura concentrada. Sin embargo, podría decir que ni siquiera eso lo huelo bien.
Aunque no me había dado cuenta de ello.
Pero hace un tiempo comencé a recuperar el olfato por momentos esporádicos, a veces mínimos, de unos cuantos segundos, otras, incluso por todo un día.
La sensación es muy similar a la que usan en la televisión para representar como alguien no ve bien, todo borroso, manchas amorfas, para enseguida ponerse los lentes y verlo todo con una nitidez extraordinaria, acentuada por el radical cambio. Tal vez algún lector lo haya experimentado en carne propia. Esto es exactamente así… pero con los olores.
No sé en qué momento dejé de oler, y a veces pienso que fue una cierta autosugestión que usé para evitar los malos olores. Lo que sí es cierto, es que esos momentos en que recupero el olfato me han llevado de regreso a mi infancia.
Y no me refiero a recuerdos específicos como suele ser el caso (por alguna razón, los olores me recuerdan que me deberían de recordar algo, nada más), no, simplemente huelo algo y entonces pienso “yo solía oler las cosas… cada casa tenía su olor, la calle, la regadera… todo tenía un olor… ¿qué pasó…?”
Es una sensación curiosa, como si de estar viendo todo en blanco y negro, por momentos las cosas recobraran el color. Ésa es otra analogía acertada me parece. Pues como dije, no es que haya dejado de oler las cosas, sino que las olía de una manera burda, difusa, sin detalle, sin matiz.
Y ahora, en esos preciosos momentos en que recupero la habilidad de oler, puedo sentir la belleza de los olores, será tal vez nada más el olor del jabón al ser frotado en el estropajo, pero, y esto puedo asegurarlo, es una sensación maravillosa.
Nos vemos.